sábado, 10 de diciembre de 2011

ME HARÉ TUS MUÑECOS A LA PARRILLA

Una noche de hace aproxidamente un mes, cuando recorríamos la carretera de Madrid hacia Jaén, en uno de nuestros bolos nocturnos de comedia, el cual nos había dejado un mal sabor de boca, ya que actuamos en un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme, tras luchar contra un micro del chino y un público que rozaba la setentena, nos paramos para descansar a las cinco de la mañana bajo la protección y luz de los primeros Abades que encuentras al venir desde Bailén.
Anabel recostó su asiento hacia atrás, y yo decidí tomar un café con pasteles dentro del restaurante. Dentro no había absolutamente nadie excepto los camareros que atienden todo lo amable que se puede atender a esas altas horas de la noche.

Tras despacharme un café caliente y una caña de chocolate, decidí dar tiempo de descanso a mi hija, así que decidí dar una vuelta a los alrededores, y menudos alrededores, hasta entonces no me había fijado que el lugar estaba lleno de casas antiguas derruidas, y lo que más me llamó la atención fue un cortijo abandonado enfrente de la carretera con unas cancelas oxidadas, y un patio en ruinas.

Miré el coche y como vi que mi hija dormía profundamente, decidí cruzar la carretera
Con mucha valentía y la barriga cargada de pasteles. Al acercarme inmediatamente me arrepentí de haberlo hecho, ya que me di cuenta del siniestro entorno en el que me hallaba. El caserón abandonado se alzaba ante mi frío y tenebroso, mire a través de la rejas y contemplé un jardín abandonado, todo lleno de escombros y de maleza, que nos contaba que en un tiempo atrás había sido habitado, pero ahora solo las sombras y las alimañas se encargaban de darle la poca vida que allí habitaba, en la primera apariencia.

Al volver la coche, me metí recostándome, intentando no hacer ruido para no despertar a mi hija, pero ella se incorporó y me dijo.
-¡Vamonos de aquí papá! No te molestes en hacer ruido, de esto ya se ha encargado ella.
dijo medio dormida.
-¿Ella?- pregunté yo.
-Si una niña, de ropa andrajosa y la cara sucia. Ha estado aporreando los cristales, hasta que me ha despertado. Me dijo: “Oye no te voy a dejar dormir ¡Dame tus juguetes voy a quemártelos!”- dijo ella y se llevó las manos a los ojos.
-¿Una niña te ha dicho eso? Vengo de dar una vuelta y no he visto a nadie.-le dije empezando asustarme.
-Pues ya sabes lo que eso supone- sentenció ella.

Me recosté sobre el sillón y di una  vuelta a la llave, al igual que la chispa que enciende el sistema de arranque, una chispa prendió fuego a mi mente, y en ese instante recordé el jardín que había no muy lejos, donde había mesitas y algún que otro columpio.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, el café activó todos mis sensores, mi sueño desapareció por completo, saltó por mi oreja cuando escuche las palabras de mi hija combinadas con la cafeína.
De nuevo una lágrima corrío por mi mejilla, como en todas estas ocasiones, padezco de incontinencia lacrimosa y solo Anabel es capaz de hacerlas brotar, algo que me da bastante enfado ya que suelo llorar como un idiota delante de mi propia hija, que se rie insolente al verla tintinear en mi barbilla, signo de que ha logrado emocionarme otra vez más.

Lentamente el coche se deslizó sobre la calzada, sobre el retrovisor se reflejaba la imagen del cortijo que se desvanecía como un aliento de otro mundo, como un retazo de sueños recién sacado al mundo real. Ni mi hija ni yo volvimos a hablar de ello durante todo el camino, hasta llegar a nuestra casa.




No hay comentarios:

Publicar un comentario